OPINIÓN | ¿Quo Vadis, Cuba?

Cuba se encuentra en la crisis socioeconómica más peligrosa de su historia. Supera con creces a la de 1991, cuando la Unión Soviética suspendió su ayuda a la isla. Sigue siendo la única reliquia de la Guerra Fría. Tiene que importar buena parte de sus alimentos, su sistema de salud —ejemplo para otros países en el pasado— está quebrado por la falta de recursos médicos, y algunos analistas estiman que entre 2022 y 2023 emigraron 1.790.000 cubanos —entre ellos decenas de miles de jóvenes capacitados— que no beneficiarán el progreso de la economía nacional. Cuba tiene muchos gobiernos amigos, pero ningún socio comercial, o patrocinador, como lo fueron la Unión Soviética hasta 1991 y Venezuela hasta hace unos pocos años. Las reformas propuestas por Raúl Castro en 2011 no se han completado y las medidas del gobierno de Miguel Díaz Canel en la reestructuración de la economía no han surtido efectos positivos. Cuba está cerca, si no ya en bancarrota.

Se les llama “neoconservadores”, son los que abogan por guerras “justas”, “prodemocráticas”. Pero antes, cuando Estados Unidos “era grande” o buscaba serlo, su gobierno era todo eso. La doctrina Monroe en 1823 y, después, la del Destino Manifiesto se afianzaron en la idiosincrasia política nacional. En 1846, tras la guerra con México, EE.UU. tomó 2.500.000 kilómetros cuadrados de territorio. La guerra contra España en 1998 le permitió dominar Puerto Rico, Cuba y las Filipinas.

Y así sigue en el siglo XX la historia de Estados Unidos, fundamentada desde 1946 por la amenaza del comunismo. En 1954 provoca la caída del gobierno de Jacobo Árbenz en Honduras . Cinco años después triunfa la Revolución Cubana.

Pueden argumentarse hechos a favor y en contra del proceso revolucionario cubano. Pero no puede negarse que Estados Unidos continuaba con su política de poner o quitar gobernantes en su patio trasero. El nacionalismo cubano no surge con Fidel Castro y la Revolución de 1959. Era una asignatura pendiente desde antes de la derogación de la Enmienda Platt en mayo de 1934. Pero con Castro surgió un líder que no toleraría que el embajador estadounidense fuera, como dijo Earl T Smith: “Hasta Castro, Estados Unidos tenía una influencia tan abrumadora en Cuba que el embajador estadounidense era el segundo hombre más importante, a veces incluso más importante que el presidente cubano”.

Esa postura de Castro, valiente a veces y temeraria en otras, despertó la admiración continental e internacional en las fuerzas nacionalistas y de izquierda. Castro se enfrentaba, como podía, a sus enemigos en Estados Unidos.

Para Washington, Cuba era solo un satélite de la Unión Soviética (URSS). Pero no parece ser exactamente así. En 1977 el presidente Jimmy Carter propuso restablecer relaciones con Cuba y levantar el embargo estadounidense a la isla, a cambio de la retirada de las tropas cubanas de África. Pero la Operación Carlota en Angola comenzó en 1975 sin el apoyo de Moscú, hasta 1978, cuando la URSS vio sus ventajas; al igual que la organización y la ayuda a los movimientos revolucionarios en Latinoamérica.

Ambas iban contra la política de distensión de la URSS en los años 60 y 70.

Hoy en Cuba existe una sorda lucha entre principios y cambios.

Entre una rígida idea de la “continuidad” de los principios afianzados por Fidel Castro y las reformas necesarias para un camino nacional de estabilidad y progreso. Principalmente en la economía, pero la realidad de un país consta de otros vasos comunicantes, que equivalen a una palabra: “confianza”. Fidel Castro murió hace ya ocho años. No fue un santo ni un demonio, solo un hombre de su época, un gran líder. ¿Quién podrá continuar su liderazgo y legado en una realidad siempre cambiante?

Ahora comienza la Presidencia de Donald Trump, quien dice que podría exigir a Panamá que le devuelva el canal a Estados Unidos, quiere comprar Groenlandia y bromea con Canadá como el estado 51 de la unión. ¿Pensará que Cuba es de nuevo la “fruta madura”? El Gobierno cubano teme a renovados intentos de cambio de régimen por parte de Washington. Eso condiciona su política interior. Pero hay otra disputa interna. El presidente Miguel Diaz Canel la mencionó en 2016 ante el Consejo de ministros cubano: El peor riesgo estaría en no cambiar, en no transformar, en perder la confianza y el apoyo popular.

Cabe preguntarle al presidente cubano: ¿se ha perdido ya la confianza y el apoyo de una parte importante de la población? ¿Puede considerárseles “enemigos internos” a quienes protestan o simples cubanos pobres que padecen por la continuada falta de alimentos, medicinas y electricidad? La Revolución Cubana prometió, como principios inalienables la igualdad social, la industrialización, la salud, la educación… La suerte está echada. Cuba se encuentra en una grave encrucijada, determinada por la actitud hostil de Washington y por la vacilación de su gobierno en aceptar la realidad.

Esa realidad es que, mientras continúe el empobrecimiento económico-social de Cuba, más será la “fruta madura” para Washington. Es la razón de por qué el gobierno de Joe Biden mantuvo las sanciones de Donald Trump contra ese país, y aunque, al final de su mandato, lo sacó por pocos días de la lista de Estados Patrocinadores del Terrorismo, el presidente Donald Trump lo volvió a incluir en las primeras horas de su mandato.

Sólo queda preguntarnos, ¿Quo Vadis, hacia dónde vas, Cuba?

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