El segundo mandato de Donald Trump empieza con buen pie para China.
Hasta ahora, el nuevo presidente estadounidense se abstuvo de cumplir su amenaza de imponer fuertes aranceles a China, dijo a líderes empresariales y políticos en un foro económico en Davos que los dos países podrían tener una “muy buena relación” y, al parecer, expresó su interés en visitar la capital china en los próximos meses.
Trump incluso concedió una prórroga de 75 días a la aplicación de propiedad china TikTok y señaló que intentaría diluir una ley que exige a la empresa desinvertir en su negocio estadounidense o ser prohibida.
Todo ello constituye una clara señal de que el nuevo presidente está dispuesto a hablar –y a llegar a acuerdos– con China. Al menos por ahora.
Esta es una buena noticia para Beijing, que se estuvo preparando para un período tumultuoso en las relaciones entre Estados Unidos y China, ya que Trump llenó su gabinete de halcones de China e hizo campaña prometiendo imponer altos aranceles a todas las importaciones chinas a Estados Unidos.
“China se da cuenta de que existe una oportunidad para negociar con Trump”, dijo el politólogo Liu Dongshu, de la Universidad de la Ciudad de Hong Kong. “Y una mejor relación entre Estados Unidos y China es más importante para China que para Estados Unidos, por lo que China está dispuesta” a entablar negociaciones.
Hay mucho en juego para Beijing, ya que una guerra comercial como la que hubo durante la última administración Trump afectaría a la debilitada economía china, dependiente de las exportaciones, en un mal momento. Y los líderes chinos quisieron aprovechar la oportunidad para suavizar la línea dura de Trump.
Xi abogó por un “nuevo punto de partida” en los lazos entre China y EE.UU. durante una llamada con Trump días antes de la toma de posesión y envió al vicepresidente Han Zheng a la capital estadounidense para asistir a la ceremonia de investidura, el funcionario chino de mayor rango que ha asistido a un acto de este tipo.
Mientras tanto, en el Foro Económico Mundial celebrado esta semana en Davos, el viceprimer ministro Ding Xuexiang dijo que China quiere “promover un comercio equilibrado”, no un “superávit” con el resto del mundo, en un tono que apela directamente a la principal queja de Trump sobre la relación entre las dos mayores economías.
Pero los responsables de políticas en China tienen pocas ilusiones dado lo rápido que podría cambiar el tono de la relación entre Estados Unidos y China, y probablemente estén calculando cuidadosamente cómo aprovechar el respiro actual para negociar con el presidente de “el arte de la negociación” en los próximos meses.
Por encima de este periodo de ajuste de tono se cierne un acuerdo comercial de “fase uno” negociado durante la última administración Trump.
El acuerdo de 2020 marcó una tregua en una guerra comercial de represalias mutuas, en la que Trump aumentó o impuso aranceles a cientos de miles de millones de importaciones chinas a Estados Unidos, una decreto que, según él, equilibraría las condiciones con China y que en gran medida se ha mantenido desde entonces.
Ahora ese acuerdo, que según los analistas Beijing nunca llegó a aplicar en su totalidad, forma parte de una investigación más amplia de las relaciones económicas y comerciales entre EE.UU. y China que Trump solicitó en un decreto el primer día de su mandato.
La revisión guiará si la Casa Blanca impone aranceles a China, pero se espera que lleve meses. Tampoco está claro si Trump profundizará en los controles a la exportación de tecnologías sensibles implantados por el expresidente Joe Biden. Eso da tiempo a Beijing para entablar una relación con Trump, agasajarlo en Beijing o presionar para lograr un acuerdo preventivo que evite sanciones económicas más severas.
“China se dio cuenta de que se puede negociar con Trump, pero es un Trump diferente, nuevo: lo que nos comprometimos la última vez puede que no satisfaga sus nuevos deseos”, dijo Shen Dingli, analista de asuntos exteriores con sede en Shanghái. Esta vez, en lugar de dejarse “coaccionar” por Trump en una guerra comercial de ojo por ojo, Beijing podría hacer mejor en “sonreír, mantener la calma y empezar a hablar con él”, dijo Shen.
Los aranceles sobre el 10% de las importaciones chinas en EE.UU. podrían llegar ya el mes que viene en represalia por lo que Trump describió como el papel desempeñado por los proveedores chinos en la grave crisis de la droga fentanilo entre los estadounidenses.
Pero estas medidas están muy lejos de los aranceles del 60% con los que Trump hizo campaña, y los observadores de la política exterior china afirman que es probable que Beijing considere estas amenazas como palancas de las que podría tirar para apaciguar a Trump.
Por ejemplo, los funcionarios chinos podrían tomar medidas para implementar más del acuerdo existente de “fase uno” y abrir aún más el enorme mercado chino a las empresas extranjeras. También podrían tomar acciones adicionales para frenar la exportación de productos químicos precursores utilizados para fabricar el fentanilo.
En los debates internos chinos sobre política exterior, muchos expertos abogan también por el diálogo y la cooperación en materia económica en lugar de la mano dura.
Jia Qingguo, exdecano de la prestigiosa Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad de Beijing, se expresó así en una entrevista reciente con la publicación financiera Yicai, vinculada al Estado.
“En lugar de adoptar un veto generalizado a todas las propuestas estadounidenses”, China debería “analizar qué asuntos requieren oposición y en cuáles se puede cooperar en función de nuestros propios intereses”, dijo.
Si Trump visita Beijing en los próximos meses, un viaje que fuentes cercanas al presidente sugirieron que está considerando, eso también dará a Beijing una oportunidad clave para cortejar al líder estadounidense.
Pero también hay límites muy reales en cuanto a cuánto puede plegarse China a las exigencias de Trump, y escepticismo dentro de China sobre cuán posible será cooperar con su administración. Xi los señaló en su llamada con Trump hace una semana.
“Lo importante es respetar los intereses centrales de cada uno”, dijo el líder chino, mencionando a Taiwán, la democracia autogobernada que Beijing reclama y de la que prometió tomar el control, como un asunto que EE.UU. debe tratar con “prudencia”. Por otro lado, hay un “amplio espacio de cooperación” disponible en otras áreas, como los lazos económicos, insinuó.
Dentro de China también se debate cómo debe responder el Gobierno chino si el presidente estadounidense empieza a imponer fuertes aranceles a los productos chinos, y hay indicios de que Beijing se está preparando para una posible batalla.
A finales del año pasado, el país renovó su normativa de control de las exportaciones, reforzando su capacidad para restringir los denominados productos de doble uso. También limitó ya la exportación de ciertos minerales críticos y tecnologías relacionadas de las que dependen los países para fabricar productos que van desde material militar hasta semiconductores, otro tipo de palanca que Beijing podría utilizar para luchar contra los aranceles.
Mientras tanto, cualquier acuerdo entre Beijing y Washington no existirá en el vacío. Por el contrario, se producirá en medio de innumerables tensiones entre ambas partes sobre cuestiones como el historial de China en materia de derechos humanos, la competencia por el dominio tecnológico y militar y el equilibrio de poder en Asia.
Es poco probable que China reprima los comportamientos que exacerban esas tensiones, como su afán por modernizar y ampliar sus Fuerzas Armadas y su creciente agresividad al presionar por sus reivindicaciones territoriales en el Mar de China Meridional y sobre Taiwán. Y muchos legisladores estadounidenses a ambos lados del pasillo, a diferencia de Trump, no dieron ninguna señal de que estén dispuestos a trabajar con el país al que ven como la principal amenaza para el estatus de superpotencia única de Estados Unidos.
Este jueves, por ejemplo, los legisladores presentaron un proyecto de ley bipartidista que revocaría el estatus comercial preferencial de China con Estados Unidos, introduciría gradualmente aranceles elevados y pondría fin a una exención de aranceles para las importaciones chinas de bajo valor.
Los dirigentes chinos también necesitan mostrarse firmes en sus relaciones con Estados Unidos, tanto ante su público nacional como ante los países del Sur Global, donde Beijing pretende proyectar su liderazgo.
Por eso, aunque los funcionarios chinos están acogiendo con satisfacción las propuestas de un Trump menos combativo en la primera semana de su presidencia, hay escepticismo en China de que esas señales más cálidas de lo esperado vayan a durar.
“Esto no significa que la relación entre China y Estados Unidos sea más fácil; es solo que el enfoque de Estados Unidos cambió”, dijo Jin Canrong, subdirector del Centro de Investigación China-Estados Unidos de la Universidad Renmin de Beijing, en un video publicado en su cuenta de la plataforma de medios sociales Weibo. “No debemos bajar la guardia (…) Estados Unidos sigue viendo a China como un rival estratégico”.
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